La W RadioLa W Radio

Programas

El Joe Biden que conocí

El día que me senté en la silla del presidente de Estados Unidos.

El Joe Biden que conocí

El Joe Biden que conocí

09:27

Compartir

El código iframe se ha copiado en el portapapeles

Joe Biden y Daniel Coronell

Ayer, 18 de mayo, cuando se conoció la noticia del cáncer de próstata con metástasis a los huesos que padece el expresidente de Estados Unidos Joe Biden, recordé el día que lo conocí.

Fue en abril del 2024, hace poco más de un año. El entonces presidente de Estados Unidos le concedió una entrevista a TelevisaUnivision, empresa para la que trabajo, y el encargado de hacerla fue el periodista Enrique Acevedo.

Daniel Badía, cabeza de N+ de México, y yo, en representación de Noticias Univision de Estados Unidos, habíamos acordado con el equipo del presidente Biden, que en ese momento aún aspiraba a su reelección, que el reportaje se desarrollaría en cuatro lugares.

Los dos iniciales fueron Phoenix, Arizona, y Las Vegas, Nevada, donde el presidente se encontraría con miembros de la comunidad hispana de esos dos estados, decisivos para la elección.

Los dos últimos sitios serían en la Casa Blanca: primero, el salón Roosevelt, donde tendría una conversación política –uno a uno– de 25 minutos sentado con el periodista y finalmente un recorrido de 5 minutos por la Oficina Oval, en donde sostendría un diálogo sobre temas personales.

Estaba acordado también que a la Oficina Oval únicamente entrarían Acevedo y dos camarógrafos del equipo. Todos los demás deberíamos esperar la finalización en el salón.

Sin embargo, al concluir la primera parte del reportaje, el presidente, que había sido especialmente cálido con nosotros, se dirigió a mí y preguntó:

– ¿Nos quieren acompañar a la Oficina Oval?

No tuvo que insistir. Badía y yo lo seguimos en una caminata de apenas 20 metros que el presidente cumplió muy despacio como si le dolieran los pies.

Quizás, considerando el plano abierto del reportaje inicial, Biden no había usado los zapatos livianos que usualmente vestía sino unos más formales que le pesaban y le hacían arrastrar los pies ligeramente.

Mientras trascurría la conversación grabada nos ubicamos fuera del lente de las cámaras, al lado de los agentes del Servicio Secreto y detrás de los bellos sofás del despacho más famoso del mundo.

Al terminar, el presidente Biden se sentó en el filo del escritorio Resolute, un mueble emblemático construido con la madera de un barco rescatado del naufragio en el mar Ártico, y cuyas tablas de roble fueron usadas para la elaboración de dos mesas de trabajo idénticas: Los escritorios que usan el rey de Inglaterra y el presidente de Estados Unidos desde 1890 cuando la reina Victoria lo regaló como símbolo de amistad y paz con la antigua colonia británica independizada.

Desde ese escritorio han despachado 25 presidentes de Estados Unidos. Desde allí se han emprendido guerras y acordado tratados de paz. Se han concertado alianzas y se han tomado decisiones que han cambiado al mundo.

Joe Biden, el presidente 46 de Estados Unidos, había llegado ahí después de una larga carrera política y de superación.

Fue un niño tartamudo, que tuvo que lidiar con el matoneo en la escuela y que quedó marcado para siempre con las burlas infantiles.

Cuando tenía doce años vivió uno de esos episodios que dejan cicatrices para siempre. Fue en el colegio católico de Wilmington, Delaware, donde estudiaba. Una monja daba la clase de gramática.

El niño Joseph Biden debía leer una frase: Sir Walter Raleigh es un caballero.

Pero la tartamudez le impedía decir de un solo golpe la palabra caballero, gentleman, sino separada ‘Gentile-Man‘, con lo cual terminaba diciendo otra cosa: que era un hombre gentil.

En los años 50 del siglo XX, cuando esto sucedía, aún no se hablaba de matoneo y el bulling era cosa de todos los días. La monja cruelmente y delante de todo el curso se burló del niño Biden, cuando le dijo:

– Señor BBBB Biden, necesita ayuda de sus compañeros para pronunciar una simple palabra.

El niño avergonzado salió del salón llorando, cruzó la puerta de la escuela y llegó a su casa decidido a no volver a estudiar, pero su madre Jean Finnegan, lo tomó de la mano y lo llevó nuevamente hasta allá.

Pidió ver a la monja y le preguntó:

–¿Usted se burló de mi hijo?

–Bueno….–intentó responder la monja– Yo…

La mamá, le respondió:

–Si usted vuelve a hacer eso vendré aquí, le quitaré la toga y me burlaré de usted frente a todos.

La monja bajó la cara avergonzada.

Biden aprendió que había que enfrentarse a los matoneadores. Desde ese día hasta el último de su carrera política. En su última campaña exitosa en 2020 derrotó nada menos que a Donald Trump.

Pero volvamos al día del año pasado, 2024, cuando lo conocí.

Terminada la grabación, me pidió que caminara hasta el escritorio. Me dijo sonriente que pensaba que los irlandeses, como él que lo era por familia, y los latinos nos parecíamos en muchas cosas. Dijo que éramos personas religiosas y de familia.

En un momento vi que detrás del legendario escritorio, en una bella consola, en medio de portarretratos de sus seres queridos tenía enmarcada una caricatura de un personaje de mi infancia.

Joe Biden

Olafo el Amargado, un vikingo cuyas aventuras llegaban cada domingo en suplemento para niños del diario El Tiempo de Colombia, y que en inglés se llama Hägar the Horrible.

Me atreví a preguntarle la razón para tener ese dibujo, en medio de las fotos familiares.

Quien era el hombre más poderoso del mundo, en ese momento, me dijo que para explicarme esa imagen debía mostrarme otra. Y tomó una foto, la última en vida de su primera esposa Neila Hunter y de su hija Naomi, antes del accidente de tránsito en el que murieron en 1972.

–Cuando ellas murieron, yo quedé viudo a los 30 años con dos hijos pequeños. Estaba sumido en una terrible tristeza –me dijo el presidente Biden– nada me consolaba. Estaba perdiendo la fe en el futuro y en Dios. Hasta que un buen, día mi papá me regaló este marco barato con una caricatura de Hallmark.

La caricatura muestra al vikingo con su barco naufragando en medio de una tempestad y mirando hacia el cielo, como buscando a Dios, mientras pregunta “¿Por qué a mí?”. La segunda viñeta muestra la respuesta saliendo en gruesas letras gruesas de una nube “¿Por qué no”.

Biden me explicó entonces que esa imagen le había hecho entender que a cualquier persona le pueden pasar cosas terribles, que no son una persecución del cielo, sino que hay que asumirlas y saber levantarse.

En las palabras del presidente pude encontrar consuelo para mis propias penas.

Ahí estaba yo, Daniel Coronell, sencillo periodista colombiano, hablando de estos asuntos del alma con el presidente de los Estados Unidos de América.

Repentinamente él me tomó del brazo, me señaló la silla presidencial y me dijo:

–Por favor siéntese.

Yo dudé si había entendido bien. Miré a los hombres del Servicio Secreto, a los de comunicaciones, como pidiéndoles permiso para aceptar la invitación presidencial, y el presidente insistió.

–Siéntese, por favor

Me senté en la silla del presidente de Estados Unidos. Biden puso la mano en el espaldar y pidió que nos tomaran esta foto que hoy, por primera vez, me atrevo a hacer pública.

Joe Biden y Daniel Coronell

Luego me dijo:

–Si este país es justo, necesitará pronto que en esa silla se siente alguien que hable español.

Al margen de cualquier circunstancia política, hoy espero que Joe Biden pueda superar este cáncer avanzado con la misma fortaleza con la que ha superado todo en su vida.

El siguiente artículo se está cargando

Escucha la radioen directo

W Radio
Directo

Tu contenido empezará después de la publicidad

Programación

Señales

Elige una ciudad

Compartir

Más acciones

Suscríbete

Tu contenido empezará después de la publicidad