‘El pecado original’, columna del empresario Sebastián Sanint
En su nueva columna, Sebastián Sanint hace un profundo análisis de lo que es la sociedad y mencionó el que sería el verdadero problema de Colombia: los colombianos.

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Bandera Colombia. Foto: Getty Images
Aquí el problema no es Petro, ni Uribe, ni Santos.El problema somos nosotros.
Colombia no está dividida por ideas. Está partida por vergüenza, rabia y complejos, complejos que no distinguen clase, educación ni color.
Somos hijos de indígenas, negros y españoles, de lo peorcito. Soñamos con ser europeos. Y no faltan los que se lo creen.
Aquí todos tienen un abuelo terrateniente —aunque piden fiado en la tienda de Facundo.
Los paisas llegan a Bogotá y, en una generación, ya se sienten más cachacos que los Pombo Holguín. Y los cachacos del Jockey, convencidos de que no tienen nada que ver con este platanal.
Escarbamos los apellidos buscando cualquier pariente, no importa lo lejano, a ver si encontramos aquel título de nobleza que nos absuelva del pecado original: ser colombianos.
Por eso Petro no es la causa, es la consecuencia.
Entendió que lo que más vende en Colombia no es la esperanza: es el resentimiento. Ofrece pan y rabia. Y eso basta.
Hasta él —revolucionario del M— anda eufórico por sus ancestros italianos. Resultó europeo el redentor del pueblo.
Calcula, Petro, que el pueblo prefiere venganza a educación, revancha a salud, rabia a propósito.
Uribe tampoco fue la solución. Fue morfina. Nos unió un rato, pero solo alrededor de un enemigo. Otra forma de odio.
Aquí nadie propone futuro, solo enemigos.
Petro llegó porque, antes de que supiéramos que en realidad era italiano, sonaba a pueblo, moreno, de provincia; porque diagnostica la desigualdad perfectamente, aunque no tenga idea de cómo curarla.
Sueña con un pueblo que trabaje poco, que baile mucho, con muchas mariposas amarillas pero necesariamente pobre.
Mientras tanto, en la otra orilla, el país se sigue manejando como empresa familiar.
Con simoncitos que no leen, ministros sin hoja de vida y delfines que heredan embajadas o el anhelado puestico en la federación de cafeteros en Londres.
Ser presidente se volvió un mal necesario para lo bueno; ser expresidente, poder brindar con Clinton o despachar desde un palacete en Anapoima o un penthouse en Madrid.
Los empresarios, aunque no santos, al menos arriesgan, pagan nómina y sobreviven trabas sin fin de su socio, el Estado.
Mientras tanto, ven cómo la clase política se asocia con Papá Pitufo en un baile millonario al que no están invitados.
Y están los contratistas: alimentando la corrupción, poniendo y quitando presidentes y parlamentarios, mientras la clase alta les hace venía en clubes capitalinos.
Porque la plata da más caché que el sudor. Las redes sociales son la nueva gallera: más rabia, más teatro, más ignorancia.
Hoy se “piensa país” en TikToks de 30 segundos. Los de un minuto aburren.
Este país necesita terapia. No más promesas. No más mesías. Necesitamos dejar de hacernos los pendejos. Aquí no se salva nadie.
Y sin pagar la cuenta —menos aeropuertos para el selfie, menos autopistas al ego, e impuestos para todos (que no se roben)— no hay milagro.
La revolución no se hace a punta de trinos.
La revolución es que el pelado del barrio tenga educación igual —o mejor— que los de Rosales. No solo con qué comer.
Es esa la gran unidad nacional. El cambio real, el cambio en donde la educación está por encima de todo junto con los otros básicos.
Porque sin cabeza, sin salud, y con miedo en cada esquina…
no hay futuro.
¡Despierta, Colombia! No más circo, donde el más vivo se trepa a vivir del bobo, y después nos sorprendemos por estar jodidos.
‘El pecado original’, columna del empresario Sebastián Sanint
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