Al Oído | Distraen con marchas en días de dolor, porque a Petro le quedó grande Colombia
Este 7 de octubre se conmemoran 2 años de la masacre de Hamás en Israel, donde asesinaron a más de 1.200 personas y secuestraron a 251. La guerra debe doler por igual, no ser selectiva.

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Marchas propalestina y Gustavo Petro | Foto: Colprensa
Al Oído de una marcha que dice defender la paz, pero eligió la fecha más dolorosa para hacerlo.
El 7 de octubre no es un día cualquiera.
Es la fecha en que el mundo volvió a estremecerse al ver el terror de Hamás irrumpiendo en hogares israelíes, asesinando familias enteras, secuestrando niños, mujeres y ancianos.
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Un día que quedó marcado por la crueldad, no por la esperanza.
Por eso, convocar en Colombia a una marcha “pro-Palestina”, justo hoy, no es inocente ni neutral, es un gesto simbólicamente ciego y éticamente torpe.
La empatía no puede ser selectiva ni la paz un escudo para justificar la violencia.
Se puede defender la causa palestina, pero sin borrar el dolor israelí.
Ser pro-paz no significa callar ante la barbarie, porque una causa justa pierde sentido cuando ignora el sufrimiento del otro.
Y mientras tanto, aquí, en nuestra casa, el Cauca, Arauca y el Catatumbo siguen bajo fuego.
Los campesinos huyen, los soldados mueren, y los colombianos seguimos sin marcha propia.
¿Dónde está la movilización por nuestras víctimas?
¿Dónde la protesta por los niños reclutados y los policías asesinados?
¿Dónde la marcha para pedir que el Gobierno, algún día, le cumpla al Acuerdo de Paz que tanto prometió defender?
Pero claro, estamos en época electoral, y cuando llega la campaña, el ruido vale más que la razón.
El 26 de octubre, cuando se mida la consulta del Pacto Histórico, el cálculo no será por propuestas, sino por espectáculo: Quién grita más, quién bloquea más, quién logra convertir la calle en un escenario.
Qué dolor ver cómo Bogotá vuelve a ser la cancha del vandalismo disfrazado de causa, la tarima de quienes confunden protesta con política y la ciudad que despierta cansada de servir de escenario al caos ajeno mientras miles de ciudadanos pasan horas para volver a casa, porque a algunos les da por convertir el desorden en trampolín electoral.
La paz —la verdadera— no se construye pintando muros, sino cumpliendo promesas, y en eso el Gobierno sigue en deuda.
Ojalá el presidente recuerde algún día que gobierna Colombia y no un tablero de conflictos importados.
Ojalá asuma nuestros problemas —los reales— en lugar de distraernos con los ajenos, buscando nuevas batallas para desviar la atención del desastre en seguridad, salud y corrupción.
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Y sí, de paso, nos distrae de su propio hijo, Nicolás Petro, que en su última entrevista dijo haber cometido “errores, no delitos”… un libreto que casi logra que el país llore más que con el final de Titanic.
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